La mayoría de los políticos nunca ha creído en la comunicación online, en particular en el poder de las redes sociales. Por supuesto, saben que es una poderosa herramienta para atraer el voto, pero como los malos empresarios solo se acuerdan de ellas cuando tienen que “vendernos” su producto, es decir, en época electoral.
Si tomamos como piedra de toque las últimas elecciones, las europeas, podemos comprobar como Arias Cañete (PP) y Elena Valenciano (PSOE) o bien abrieron su Twitter para ese evento en el caso del primero o retomaron su cuenta tras 10 meses de inactividad en el caso de la segunda. Ambos abandonaron cualquier actividad después de dichas elecciones. Valenciano la recupero tiempo después y Cañete dió de baja la cuenta finalmente.
Willy Meyer (IU) practicamente lo mismo y Sosa Wagner (UPyD) ni siquiera se abrió una cuenta personal. El sr. Meyer ha abandonado posteriormente su cuenta al dimitir por un escándalo político.
Notese que no solo no se sienten cómodos con los social media, sino que ni siquiera valoran (ni ellos ni sus asesores) el hecho de que merezca la pena mantener a un Community Manager en su representación para gestionar las cuentas de una forma regular.
Existe al mismo tiempo algunos políticos que independientemente del libro de estilo de sus partidos publican regularmente en sus cuentas con temas relativos a su profesión. Es conocida, por ejemplo, la actividad tuitera de Toni Cantó de UPD (que no se libra de algunas meteduras de pata célebres).
Y por otra parte están los que tienen la interacción en social media realmente integrada en su adn, aquellos que parecen haber nacido de las recogidas de firmas de change.org, de las publicaciones virales de denuncia en Facebook o de los trending topic con más mala leche. Por supuesto estoy hablando de Podemos y de sus “sobrinos” locales.
Pablo Iglesias es uno de los políticos europeos con más seguidores (cerca de 750K) y tiene una actividad realmente alta (suponemos que con ayuda).
Resulta que al final hay muchos presuntos votantes que se están informando mediante las redes sociales y que están variando su intención de voto en la medida que les marca su cabreómetro.
Unos no las han querido usar para fidelizar y otros las han revelado como focalizador de un estádo de ánimo que parece va a desembocar en un resultado histórico en nuestra joven democracia (joven pero muy gastada diría yo).
Y hablando de jóvenes, los millennials, una fuerza de voto que aun se está definiendo, que no tiene factor de recuerdo en las elecciones porque o bien son “vírgenes” o bien han votado muy pocas veces, están siendo seducidos por partidos que en lugar de políticos son representados por comunicadores que hablan su mismo idioma en su mismo territorio, las redes sociales.
Y lo peor es que todo seguirá así. Bueno, cuando se acerquen las elecciones municipales volveremos a ver perfiles paracaidistas en redes sociales, seguidores comprados a kilo, actualizaciones de estado patrocinadas y muy poco engagement en general.
Solo los que durante el día a día han seguido currándose sus cuentas convertirán seguidores en votantes. Los que contestan a menciones, los que responden comentarios, los que publican selfies de sus actos, los que informan, educan y entretienen, esos disfrutarán de su noche electoral.
Por que, señoras y señores, esta historia es tan vieja como el marketing: el rey interrupción ha muerto, la reina es la capacidad de atracción ¡Viva la reina!